El Empleado

Trabajar, ha sido mi constante función. Emprender disímiles labores. Para las que cuento con cierta destreza, y, para las que no tengo alguna. Vivir de un salario semanal, que apenas alcanza para los gastos elementales. Reparador de colchones, lavandero, almacenero, cajero, músico, taxista, embotellador de refrescos, alquimista, fotógrafo, programador, jardinero, electricista, fumigador, conductor de tranvía, carnicero, navegante, pintor de brocha gorda, guagüero, albañil, vendedor ambulante, y los que no recuerdo.
   Propietario independiente, soy, aunque de poca monta, por tanto, no he podido eliminar mi nombre de la lista de los trabajadores asalariados. De asumir que no me ha faltado el talento, al menos, me ha faltado el dinero, y el valor para afrontar el riesgo de no poder proveer una familia que depende de mí. Tal temor me ha impedido ejercer algunos empleos, en los que ha existido la notable probabilidad de que me echen a la calle.
   En una ocasión tuve la ocurrencia de emplearme como plomero. Poco faltó para que el acueducto de la ciudad me demandara, o cargar con ahogados en las inundaciones provocadas por mi falta de maña. Mecánico, me arriesgué a ser. Por poco tiempo. Enseguida presintieron que no era ideal para tal oficio, el día que ordené cambiar el carburador a un automóvil de inyección completa.
   Pescador, fui por breve tiempo. Apenas el que tomó desenredar mis anzuelos, además del que, poco después, llevó sacarme de la maya de pescar en la que quedé aprisionado. No creo tener demasiada habilidad para desempeñarme en esa tarea. Pero jamás me preocupé al respecto, puesto que ni siquiera me entretiene el tonto ejercicio de atrapar peces.
   En algunos oficios, resulté un total desastre, en otros, he pasado dentro del promedio, en los menos, hube de sobresalir ligeramente. No por destreza, sino porque he logrado confundir a la mayoría de mis colegas con mi charla de «hombre de experiencia».
   No contaré de cada uno, ya que, se creerá que exagero, pero sí de algunos, en los que tuve vivencias inolvidables. Por ejemplo, cuando fui taxista, una tarde noté que los autos que pasaban en dirección contraria me pitaban frenéticamente. Yo les gritaba maldiciones al no saber la razón. Por suerte un chofer piadoso me gritó: “¡La puerta!”.
  Solo entonces, miré atrás, y vi la puerta derecha trasera dando bandazos a punto de pegarle a los carros que se daban cruce conmigo. Acerca de dicho oficio tengo distintas anécdotas que contar. Llegaba a las estaciones de gasolina, pagaba el importe del combustible que quería echar, y me iba sin echarlo, o, al llegar a casa descubría que no había puesto de nuevo la tapa de cerrar el tanque.
   Abordaba el automóvil rezando. Pedía auxilio a mis muertos, a los santos, a la omnipotente divinidad. Le suplicaba a la voz orientadora del GPS hablar despacio.
   Sentaba mis tripas frente al volante mediante una radical imposición. Urgido por la estricta necesidad, aunque la ganancia, si es que la había, meramente igualaba a los gastos en combustible, impuestos viales, y mantenimiento del carro. Incluía el ingreso y las propinas a la hora de elaborar mi anual declaración de impuestos. Luego, bien poco quedaba en limpio. Hablo de la necesidad sin precisar cuál, o, por qué. Para un empleado contemporáneo, mantener la familia, conducir un vehículo decente, pagar seguros, sumados a pequeños gastos en la supervivencia personal, es imposible sufragar cada uno de los anteriores, y añadir un par de ellos más. Pudiera creerse que debería dejar una insignificante cantidad para asuntos personales, pero para los empleados corrientes no hay cantidades insignificantes.
   Fui Salvavidas en un negocio en la playa. Un atardecer vi unos bañistas alejarse adentro, más de la distancia prudente de la orilla. Avisé con mi silbato que regresaran, pero, tuve que lanzarme a nadar en busca de ellos, los que tuvieron que traerme de regreso casi ahogado, al ver que me hundía entre las olas procurando ir en su rescate.   Técnico reparador de computadoras, fue otro de mis intentos. No me fue tan mal, pero tampoco tan bien. A veces, sobraban partes, o, faltaban, aunque me desempeñé aceptablemente.
   Mi labor como cajero, la realicé bien, en cambio, la interacción con distintas categorías de gente, me resultó difícil al principio. Luego, me acostumbré. No laboré todo el tiempo como cajero, sino atendiendo las registradoras de auto-chequeo, es decir, los clientes mismos registraban los productos. Mi labor consistía en ayudarlos en el proceso de chequeo, recoger los retornos, mantener sin derrames el piso, velar por el proceso de pago, pero jamás acusarlos de intentar robar.   Como es lógico suponer, no pasaban todas las mercancías por la máquina de chequeo, formaban conflictos, daban quejas a nuestros superiores, en fin, trabajaba con la sensación de estar caminando sobre culebras venenosas. Allí empecé a forjarme. A crear el proyecto que hoy me ocupa.
   Trabajé en un almacén. Yo era el único empleado, aunque había cinco jefes. Cada uno daba órdenes diferentes. — Clausmiro — me decía uno. — Acopie las naranjas, y póngalas junto a la entrada. Inmediatamente me dedicaba a la tarea. A continuación mandaba otro.
   — Claus, no dejes las naranjas afuera, vienen por ellas mañana, llévalas a la nevera. — Justo empezaba a ubicarlas, venía el siguiente. — Las cajas de las naranjas no son las verdes, sino las negras. No las ponga en la nevera. Yo iba a explicar la orden anterior, pero no me dejaba. Ordenaba con urgencia:
   — Cambie los embaces, y llévelas a la oficina de reclamos para que chequeen si aún tienen la calidad requerida.   Al terminar de colocar las naranjas en los envases negros, el siguiente jefe aclaraba que dichas cajas no debían ir al almacén. Que el procedimiento adecuado, consistía en extraer los vegetales de las cajas para su venta inmediata.
   Por último, el supervisor número cinco, llegaba con un amasijo de papeles en la mano, y aclaraba que las naranjas habían sido traídas por error, y que debían ser enviadas a otro establecimiento.
   — ¡Clausmiro! — mandaba. — Lleve las cajas de naranjas a la oficina de control para que le den su correcto destino.
      Fui detective. No de renombre, claro está. Me ocupaba de asuntillos ligeros. Renuncié a dicha carrera porque detesto andar enredado en chismes. Dibujante, jamás pude ser, puesto que inclusive me resulta difícil trazar dos líneas paralelas. Me falta destreza, además de tener presente que, bajo ciertas presiones, una vez me encajé la punta de un compás en la mano derecha.
   Hay quienes me creen inteligente, y, quienes me creen tonto de remate. Ambas opiniones tienen fundamento. Mi criterio personal es que hay un poco de las dos. Sin embargo, descubrí a qué me puedo dedicar utilizando una especial habilidad que tengo, y un gusto de mucha gente moderna.
   Los que enfatizan en mi tontería, son quienes me sirven mayormente; me ayudan a ejercer sin dificultades. ¿Quién pone atención a un tonto, o que parezca tonto? Nadie. Quien no encaja en el molde establecido, o no aparenta según debe, no debe ser tomado en consideración, no debe tenerse en cuenta o investigar su proceder.
   Todos volveremos a la tierra, de un modo u otro. Por tanto, hay que pensar en dicho proceso. Realizaré un servicio para ello. No me emplearan, sino añadiré tal utilidad a mi negocio. Seré mi propio empleado, sin exigirme tanto.
   Apenas distribuía tierra para jardinería. La compraba en almacenes, la llevaba a los clientes, y la regaba en sus jardines. Pronto, será mejor. No estaba totalmente seguro que fuera tierra orgánica. Sus plantas crecen, con ello, yo estaba satisfecho, aunque mi negocio generaba poco dinero.
  Ahora, proveeré diversas clases de tierra. Mis clientes podrán seleccionar. Además de los tipos de tierra conocidos, tendré tierras distintas con orígenes específicos a gusto del consumidor, que elegirá la fuente, y el destino final.
   Contaré cómo llegué al punto en que estoy.
   Averiguaba la manera de conseguir un trabajo en el que ganara más. Anduve la ciudad desesperado, negocio por negocio. El mío, no produce suficiente cantidad, y, el empleo menos, así que me dediqué a buscar. Estuve preguntando, indagando, uno por uno, sepa o no de qué se trata, o, en qué consiste la materia para la que me ofrezco como empleado. Interactué con amplia gama de empresarios. En la mayoría he notado un aire de desprecio, sin entender, que sus negocios existen porque existimos nosotros, los empleados. En los mejores casos, me han llamado para una entrevista.
   Casi ni escuchan el resumen de mis habilidades. Observan la hoja donde aparecen los datos de mi aplicación por el empleo, para después decir: “Usted recibirá nuestra llamada, en caso de que califique.”
   Al parecer, jamás califico. Les he tomado repugnancia. Odio a los demás que ya tienen un empleo de buen salario y pasan por mi lado con cara de burla.
   He comenzado a odiar sin saber por qué. Al mundo, a mí mismo, por no ser capaz de conseguir un maldito empleo en el que gane según necesito, y pueda desarrollarme a gusto
   Medito, me culpo por la falta de habilidades en cosas en las que no tengo por qué tener habilidades, y la poca destreza en oficios que he emprendido por la mera necesidad de dinero.
   Solo entonces me he dicho: “No debo emprenderla conmigo, sino con ellos. Los llevaré de nuevo a su origen. Los destruiré. Haré que me sirvan. Los haré tierra.”
   El proceso de convertirlos en fértil tierra orgánica no será sencillo, mucho menos al principio, cuando aún sufro ciertos escrúpulos que borran el recuerdo que guardo sobre mis experiencias de empleado. Tengo que auxiliarme de mis memorias respecto a la humillación, burla, el maltrato, la explotación, y el menosprecio a mi esfuerzo. Así, lograré ser el excelente artesano que quiero ser.
   Asumiré que es justa supervivencia, cual comernos las gallinas, o los cerdos, que nada nos hicieron, en cambio, me desenvolveré usando ejemplares que, sí, me hacen o me hicieron, y a los cuales, no se los comerá nadie, sino el planeta quedará libre de tales elementos dañinos dejándolos transformados en pura tierra.
   Primero los seleccionaré. De acuerdo al grado del mal recibido, así como a la evaluación personal del ejemplar tratado, archivaré la información particular de cada caso. Llevará un poco de trabajo de oficina. Luego, la documentación recopilada servirá para determinar el destino que tendrá el material resultante. Tierra para jardinería, tierra para relleno, tierra para cementerios, para liberar aguas albañales, tanto como muchísimos destinos necesarios.
   Aunque no he implementado la nueva prestación al negocio, pronto funcionará para el bien de la comunidad. Construiré un minúsculo laboratorio con sus herramientas y equipos. Necesitaré sierras, cuchillos, un pequeño horno, vasijas, etcétera.
   Probablemente productos químicos al igual que muchos utensilios que todavía no tengo. Haré la selección. Para ello me apoyaré en la caracterización de cada ejemplar.
   Anotaré los gastos para reportarlos a la hora de la anual declaración de impuestos. Hay que tener las cuentas claras. Con el desarrollo del negocio, implementaré la variante de…«Pedidos Especiales».
   Porque…en una época creí suficiente convertir únicamente aquellos en los que tuviera interés personal, pero de tener clientes, los que por seguro harán pedidos diversos, ellos tendrán la oportunidad de ser específicos.
   Explico respecto al gusto que decía: quitar del camino al que no esté de acuerdo. Es obvia la imposibilidad de lograr un acuerdo total, así que… Sin dudas, serán varias, y diferentes las solicitudes. Habrá material variado. Quizá haya intereses relacionados con los míos, en tal caso, haré descuentos. Igual que pedidos acerca de casos múltiples, puesto que con un cliente tendría mucha tierra que usar. Con esta alternativa mi negocio promete aumentar mi ingreso anual. Mejorará mi crédito, podré ahorrar, para comprarme una vivienda en un área bella de la ciudad.
   Me encantaría vivir junto a un lago, donde podría, además de verter la tierra sobrante, dar rienda suelta a la imaginación. O, quizá cerca del mar. Dejaría el espíritu flotar libre para lograr más creatividad a la hora de llevar a cabo las transformaciones. La inspiración volaría entre las nubes a través del añil repleto de aves peregrinas.
   Cualquier cambio tiene partes sublimes. Arrancas una rosa, y en parte, quiebras una existencia natural, en cambio, si le das la rosa a una dama, alagas un alma a la que puede serle necesaria dicha ternura. Nuestra delicadeza será vista por sí sola, desligada al hecho de haber destinado la rosa a una pronta desaparición.
   Si comentara acerca del proyecto con la gente, dirían que estoy loco, pero, ¿cómo puede estar loco un ser que piensa en actos sublimes? Será purificada la población, incrementaré el volumen de material fértil donde cultivar inclusive vegetales comestibles, y ampliaré el habitad para larvas.
   Me dará tiempo libre, disfrutaré a mi antojo. Sobretodo el silencio. Adoro el silencio, podré meditar. Crecerá mi alma. Los empleados tenemos alma, aunque parezca que no. Ampliar el negocio con la característica dicha, no significa que olvide mi lado sentimental. Soy muy apegado al sentimiento. Escribiré poemas que describan las flores, los hongos que nacen de la tierra resultante.
   Podría ser vista una contradicción, pero no la hay. Hay buena voluntad. Jamás olvidé la buena intención. Desde el mismísimo comienzo de mi condición de empleado, me enseñaron: «Si trabajas para un negocio, cree que es tuyo». Excelente teoría. En cambio, el negocio no te paga creyendo que las necesidades que tienes son las suyas. Discrepancia con la teoría, sin embargo, la añadidura al negocio, y la poesía, no son sino un ligero contraste, visto con buena voluntad.
   Tuve familia, la tengo aún. Nada quieren saber de aquel incapaz que apenas sabe ser un empleado, y no puede proveerlos con soltura.
   No me gusta ser un empleado, o pensar por qué soy un empleado. Sé por qué. Observo por dentro mi persona. Miro alrededor, la gente que habita el caserío repleto de miserias. Más allá sube un humo gris, y tanto más allá, el turbio infinito que disuelve el humo y las maquinaciones de esa gente que anda un rumbo sin esperanza. ¿Quién es loco?
   Necesito poco para mí, sin embargo, por quienes apenas saben de mí, es que ni siquiera puedo darme el lujo de morirme. No doy según quisiera, pero tampoco ignoro la utilidad de que provea la cantidad que me es posible dar. Así es que he venido a parar en ser un empleado. No podía sino destinar pequeñas cantidades a comprar tierra, y el desarrollo de un negocio me llevaría el tiempo que no tengo. Pero ya, me sobrará oportunidad, y tierra tendré la que jamás imaginé tener.
   Para comenzar he ido chequeando a mi vecino. Produce un molesto ruido a cualquier hora. No sé qué hace, pero es constante la molestia. No es capricho, son reales molestias que me arrebatan la poca paz que logro tener de vez en vez. Sus malditas herramientas eléctricas, su perro, producen un continuo ruido. Además, su radio. Se oye desde acá. Me arrebata con noticias y chismes que no son de mi interés.
   Al principio, nos llevábamos bien, aunque ahora, no hace sino molestarme a propósito. Ya me las cobraré. Tengo inclusive pensado qué haré con la tierra. Material derivado de un hombre laborioso, será destinado al terreno donde cultivo mis vegetales. Así aprovecharé la energía que pueda quedar en las células.
   El señor, no me es completamente antipático, por tanto, el producto será tratado con cortesía. Rebanaré con cuidado, daré la temperatura exacta, y la tierra será desgranada en áreas limpias. En resumen, le será dado un conjunto de privilegios, pero me libraré de él. Jamás volveré a escuchar su molesto radio con sus charlas o carcajadas ridículas.
   Porque…vivo rodeado de carcajadas, que no muestran sinceridad, sino, apariencia; el simple escudo a la frustración. El arma propuesta para vivir con ligereza. Mi plan tendrá otra, que no incluye la carga de vivir.
   Diría que me dolerá eliminar un individuo que me irrita sin saber. El desdichado ignora que odio su radio, sus reuniones o molestos sonidos a deshora.
   No seré tan cruel. También podría regar la tierra obtenida en el césped colindante, de manera que mi apreciado vecino pueda experimentar consuelo al sentir su familia caminar sobre lo que fueron sus huesos. Nada como pensar en el prójimo. Jamás desestimo qué sienten los demás. Es mi regla general, inclusive siendo un empleado.
   Sé que todavía queda un poco de misericordia en mí. Por momentos, reconsidero mi estrategia, les tomo piedad, minimizo motivos. Estoy seguro de tener razones para haber creado el plan; fundamentos más que suficientes. Cada segundo de mi vida de empleado da argumento, fortalece mi razón de pensar. ¿Acaso alguien tuvo misericordia conmigo?
   El vecino del que hablo, tiene que saber que no vive rodeado de mar, o en medio del desierto. Podría buscar una solución para atenuar la molestia. Ni siquiera piensa en ello. Por tanto, será el primer objetivo.
   Decía que valoro el sentir del prójimo, pero el prójimo debe tener en cuenta el mío. Otra regla importante, ser como son contigo. Si te tratan bien, pues bien entregamos, si acaban contigo, acabamos con quien nos perturba. De cierto, ya tengo algo de experiencia. Hace no mucho, a un repugnante empleador a quien tropecé en la ciudad, le pegué un balazo. No conservo detalles, pero sí recuerdo que le disparé en el vientre. Me arranqué sus manos del cuello, y lo empujé a un hueco, mientras escuchaba que me decía: “Gracias”, por cumplir con el encanto de la gente amable.
   A partir de entonces comencé a ver que puede agradecerse. No es sino catalizar un proceso que al fin y al cabo ocurrirá. Quisiera ser útil hasta el mismísimo momento de morir, e inclusive después, si no fuera demasiado pedir.
   La materia orgánica es indiscutiblemente útil. No podría haber la menor comparación. Mi proyecto estará listo en el momento de ser implementado. Hay que analizar bien las cosas antes de llevarlo a cabo. Balancear pros y contras. Asegurarme de que nadie pueda sospechar, puesto que las sospechas son el principal origen del fracaso. Si sospechamos que no sabemos hacer una cosa, o, que algo saldrá mal, habrá mayores probabilidades de que en realidad sea así. No podemos dudar.
   Me gusta realizar proyectos que he estudiado cuidadosamente. Sí, porque mi condición de empleado no es debido a que no haya cursado estudios, o que no sepa desarrollar proyectos. En mi juventud estudié, y elaboré proyectos, pero no basta la preparación si no cuentas con… una «mano guiadora».
   Pienso a la ligera lo que haré, y creo que es justo, puede que hasta divertido. Medito más, y, entonces, encuentro puntos controversiales que preocuparían a un ser que no haya pasado por todo cuanto he pasado yo, y me voy tanto, tanto adentro, que hasta llego a creer que me dolerá. Pero, pasa que se olvida con el tiempo la causa que me ha llevado a una cosa que parecería propia de un juicio insano. Ellos deben tener una familia, que ignora el mal que ha sido hecho. A su criterio, soy un empleado sin nervios, que no es ni siquiera un ciudadano respetable, y que tanto en su trabajo como en su vida privada no le queda sino la alternativa de obedecer la voluntad ajena. No obstante, no es seguro que llegue a experimentar sentir alguno. Decía que los empleados tenemos alma, pero se va congelando por obvia e inevitable consecuencia.
   Lo cierto es que actuaré. Tengo previsto proceder con mi vecino, sin embargo, proseguiré con muchos más. Les sacaré las tripas, y los convertiré en tierra. Bien, no es necesario expresarme así, crudamente, en cambio, diré que mediante mi contribución ocurrirá una transformación poética de la materia.
   Maldigo la hora en que llegué a ser un empleado, casi he perdido la adecuada delicadeza al hablar. Si pudiera rebanarme para convertirme en tierra pura, haría mi propia transformación. Aunque, ya decía, no voy a emprenderla conmigo. Los que me condujeron al punto en el que estoy, serán quienes encaren las consecuencias.
   Es un crimen ser un empleado. Conformarnos con tan poco, vivir contentos con menosprecio, justificar el poco atrevimiento. Nadie nos obliga, sino nosotros mismos, ni yo mismo, entiendo por qué.

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